Por Laura Ximena Ávila
Desde la cima de una vereda al oriente del Tolima, se abre un balcón dorado que, en pocos segundos, hipnotiza y sumerge en su inmensidad. Al ascender por sus brazos de carretera, pequeñas casas de colores flotan entre las curvas montañosas de la cordillera. Avanzamos, cada vez más lejos, en un camión que desafía el barro y los pedrales, sin importar la dirección, guiados solo por el llamado del destino. El camino nos recibe bajo arcos de árboles que enfrían el aire y traen ecos de paz, como una bienvenida silenciosa. Y, de forma modesta, un cartel aparece, anunciando que estamos cerca de llegar a La Fila.



Fue en el 2016 cuando una ola de familias excombatientes, instaladas en el Meta, cruzó montañas hasta llegar al Tolima, el municipio de Icononzo, más específicamente en la vereda La Fila. Un lugar donde, tras su último aliento entregado en la baja de armas, depositaron la esperanza de renacer. En medio de un territorio donde aún resuenan ecos de guerra, han tejido nuevas raíces; durante siete años, su trabajo ha sido paciente y firme, aferrándose a la promesa de la paz como quien se abraza a una tierra fértil y desconocida.
Entre el polvo de la vereda y el verde sin fin, avanzamos en fila. El andar firma de Yaneth nos guiaba, quien llevaba en brazos a su hijo Cristian sin perder sin perder el paso entre piedras y senderos desiguales, mientras su voz nos contaba las historias de la vereda, el por qué de los murales de vida y resistencia, que estaban pintados en cada fachada. Alzamos la vista y saludamos al “Che” Guevara en una pared, era la casa que construyó Yaneth para su familia, un refugio para guardar aquellas luchas y recuerdos. Al lado, en letras firmes, las palabras de Pardo Leal pintado en una pared blanca resonaban en cada persona que pasaba cerca: “Los que combatimos por la vida, aquí estaremos siempre.”
Yaneth duró 15 años en la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Luego de años amargos en combate, decidió unirse al proceso de reincorporación civil dirigida por el Alto Comisionado de Paz, luego de haber sido anunciada en la última asamblea en armas informada por el comandante Carlos Antonio Lozada en el año 2017. Cómo Yaneth, muchos hombres y mujeres cambiaron sus vidas para sembrar otras. Se convirtieron en creadores, educadores, en manos y corazones al servicio de otros, levantando esperanza en la tierra que pisan.



Los perros ladraban con fuerza, anunciando nuestra llegada a La Fila, como si sus ecos advirtieran al monte sobre los pasos de extraños. En esta rodada, estudiantes de Veterinaria y Medicina de la Universidad del Tolima cargaron desde el amanecer equipos y maletas, dispuestos a vivir la jornada que el aula no alcanza. Para algunos, fue el primer viaje más allá de sus cuatro paredes, la primera vez que abrazaron de cerca las carencias que la ruralidad lleva en silencio. Mientras vacunaban a los animales y tomaban los signos vitales de niños y ancianos, un murmullo imploraba en el aire: “Su servicio deja huellas imborrables; cuando deseen, por favor, vuelvan.”
Cuanto más descendíamos la montaña, más techos y ventanas iban apareciendo, dispersas en el campo, en una quietud que recordaba la lejanía en la que estábamos, donde aquella pasividad era sostenida por el tiempo, recordándonos que aquí, el mundo respira a otro ritmo. Por un lado podías ver, como mariposas revoloteando, los niños jugando tras las rejas de una cancha de fútbol; un poco más arriba, una tienda sin música y con dos tejos, tentadas a ser usadas. No muy lejos, el colegio Montaña Mágica permanecía inerte entre las brisas calurosas de la vereda, y cerca, en una casa blanca de solo dos puertas, resonaban los zascas de las máquinas de coser.
La vereda funciona como una brújula que marca sus propias direcciones, dividiéndose en cuatro zonas: Jose María Carbonell, 27 de Mayo, 22 de Septiembre y Brisas de Paz. Fue necesario casi un año de esfuerzo, cooperación y solidaridad entre sus habitantes para construir las 350 unidades habitacionales. Más tarde, surgieron asociaciones y cooperativas que impulsaron diversos proyectos sociales, educativos y culturales. Uno de esos proyectos es liderado por el proceso AVANZA: Territorio y Colectividad, un colectivo de vecinos que combinan sus habilidades en costura para producir y comercializar en los pueblos camisetas, pijamas y otras prendas elaboradas con retazos reciclables de jean.



Reincorporarse a la vida civil es, sobre todo, mantener la esperanza día a día. Es recordar que, antes que rendirse a causas perdidas, siempre vale la pena transformar realidades y apostar todo, menos a la guerra. Como canta Marta Gómez en su canción: “Pa’ respirar, solo el presente, y un camino para andar. Para la guerra, nada. Un canción escrita para ser escuchada como una consigna de vida y que ha sido transmitida a través de las radio, un medio que ha construido en, literalmente, difundir voces de reconciliación y reconstrucción de la época
Bajo el techo que resguarda la cafetería de la escuela de la vereda con el sol picante de medio día, al fondo se escucha el silbido de la olla a presión, anunciando que el sancocho está casi listo, mientras la licuadora trabaja al ritmo de las moras recién cosechadas del mismo territorio. En la mesa, frente a nosotros, está Vladimir, técnico sonoro y miembro del equipo de Radio Nacional en Chaparral, Tolima. Los micrófonos están en nuestras manos, y la charla fluye con la naturalidad de una conversación cotidiana más que de una entrevista formal.
Vladimir es un vecino más que, con sus botas de caucho, recorre las empinadas lomas de la vereda. Tras años de estar en el frente 51, donde se encargó de transmitir la radio en territorio, adquirió un profundo conocimiento de las tecnologías radiales. Esa experiencia le permitió descubrir el poder de la radio no solo como un medio de comunicación, sino como una herramienta para resolver conflictos y promover la paz. Al firmar el acuerdo de paz, su proceso de reincorporación incluyó la radio en Chaparral, y cada emisión se convirtió en una oportunidad para contribuir a la sanación de un país que sigue buscando la paz en sus territorios más olvidados.
Luego de almorzar, reposar y dejarnos envolver nuevamente por la tertulia vespertina, sorbo a sorbo de un tinto, tomamos rumbo de regreso a Ibagué, nuestro hogar y corazón del Tolima. Sin embargo, no partimos sin antes volver la mirada hacia La Fila, donde la vista se extiende como un recordatorio de lo que hemos vivido y de lo que queda por hacer. Es imposible no pensar que tras esas montañas, cruzando ríos y caminos, existen comunidades similares que, con cálido ánimo, siguen sembrando su futuro y sosteniendo los procesos de paz. Un futuro que, aunque lejano, se construye paso a paso, en la firme convicción de no abandonar el camino, de regresar siempre a esos territorios donde la esperanza florece y la solidaridad nunca se agota.